El (supuesto) duelo

Leí hace unos días un artículo escrito por un hombre, que es autista. Dice que cuando nació su hijo, a principios de este año, se presentaron fuertes complicaciones. Su bebe, ochomesino, dejó de respirar unos minutos después de nacer. En el hospital donde estaban no tenían suficiente equipo para hacer frente a esta emergencia, así que mandaron al bebé, junto con su madre, a otro hospital en avión. Él tuvo que manejar siete horas para llegar junto a ellos.

Fueron momentos y horas terribles. Los padres exhaustos, el bebé en peligro de muerte… pero pasó. El bebé sobrevivió, mejoró, la madre se repuso bien del parto.

Antes de ser dados de alta de ese segundo hospital, una enfermera se reunió con ellos para ayudarlos a procesar ese duelo por ese incidente tan dramático que seguramente les dejaría secuelas de por vida. Pero este padre, con mucha razón, dice: “¿Y por qué tengo que pasar por un duelo? Sí, fue una experiencia terrible, y pasé mucho miedo, pero finalmente nos estamos llevando un bebé, vivo y sano, a casa”.

Y lo compara con la experiencia que pasamos muchos padres cuando nuestros hijos tienen algún tipo de discapacidad. “¡Qué terrible!” “¡Cuánto lo siento!” “No sé cómo le haces, ¡yo no podría!” Pero y ¿por qué? Nuestro hijo o hija sigue siendo la misma persona que el día anterior al diagnóstico. Ciertamente, ese diagnóstico, o más bien las características que llevaron al diagnóstico, conllevan ciertas dificultades. Pero, como lo he dicho varias veces, también trae fortalezas y ventajas.

Autismo, déficit de atención, dislexia, e incluso ansiedad y otros “trastornos” han estado presentes en la humanidad desde que somos eso, humanos. El autismo está determinado por muchísimos genes y, ojo: esos genes están también presentes en familias de superdotados. El déficit de atención, dislexia y otros llevan consigo una capacidad creativa impresionante. Muchos genios se considera (claro que es imposible confirmarlo) que o eran autistas o tenían déficit de atención e hiperactividad, o alguna otra neurodivergencia.

La ansiedad, resulta que ayuda a la supervivencia. Se ha estudiado poniendo personas en grupos, teniendo algunos grupos con gente ansiosa y otra con gente sin ansiedad, y luego echando humo simulando un incendio. ¿Quiénes creen que mueren? Los tranquilitos. Los grupos donde por lo menos un miembro tiene ansiedad reaccionan más rápido, puesto que el ansioso está alerta y nota de inmediato que hay humo o peligro.

Tal vez hay pocas personas con estos diagnósticos porque son necesarios para la sobrevivencia de la especie, pero no puede haber demasiados. Pero finalmente esos extremos son parte de la diversidad humana. Y ayudan no sólo a la sobrevivencia de la especie, sino que mejoran nuestra vida diaria.

Otra cosa que pasa con esto del duelo es que uno ve al padre o madre de un niño con alguno de estos diagnósticos y ay, qué compasión sienten. Pero es posible que ellos estén enfrentando situaciones tal vez más difíciles, como alguna enfermedad, pobreza, o problemas familiares, pero como están acostumbrados o lidian con ella a diario, no la notan. La paja en el ojo ajeno, vamos.

Entonces, ¿qué hacer, uno como amigo? Lo mejor sería ayudar cuando te lo piden. Tratarlos como iguales. Tener paciencia. Léase, tratarlos como nos gustaría que nos trataran.

Acerca de Florencia Ardon

I'm the mom of two amazing neurodivergent children, with a neurodivergent husband and I'm neurodivergent myself. I am a lecturer at a university, and love reading and hiking. /// Soy madre de dos niños increíbles, neurodivergentes, con un esposo igualmente neurodivergente y yo misma lo soy tambien. Doy clases en una universidad. Me encanta leer y caminar.
Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

¡Platícanos qué opinas!